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viernes, 19 de agosto de 2011

RATZINGER, ARREGLE SU CASA ANTES DE VENIR A PREDICAR A LA NUESTRA


El Papa Ratzinger visita Madrid (18-21 agosto) en medio de la polémica y bajo firmes acusaciones de haber ocultado casos de pederastia en la Iglesia
“Y tampoco llaméis padre a ninguno de vosotros sobre la tierra, porque uno sólo es vuestro Padre: el del cielo.” (Mateo 23:9)
Freeman, Liberación AHORA | Joseph Ratzinger, quien se hace llamar Santo Padre y Papa, reverenciado y venerado por las entregadas masas de fieles como el “Vicario de Cristo” o “Representante de Dios en la Tierra”, fue en su adolescencia seminarista, así como militante -al mismo tiempo- de las Juventudes Hitlerianas (como ayudante de artillería antiaérea y luego miembro delReichsarbeitsdienst, un servicio de estrategia nazi). Después, ya en su madurez -y en uno de los hitos de su fulgurante carrera eclesial- fue nombrado Prefecto de Congregación para la Doctrina de la Fe (sucesora de la Inquisición romana).
Pues bien, el señor Ratzinger viene a la capital de España para presidir los actos de la denominadaJornada Mundial de la Juventud (católica); y lo hace en un momento muy delicado, tanto para su religión como para él mismo, pues está siendo formalmente acusado e incriminado desde hace tiempo por haber, supuestamente, ocultado y encubierto casos de abusos sexuales a menores dentro de la Iglesia Católica.
El evento religioso en Madrid, que se prevé congregue a cientos de miles de personas -entre creyentes españoles y peregrinos de todo el mundo-, ha generado además una fuerte polémica sobre el elevado coste, las exigencias logísticas y la financiación de la visita de un personaje tan prominente. En este sentido, son destacables y muy significativas las aportaciones privadas de corporaciones tan pías y piadosas como el Banco de Santander, BBVA, Iberdrola, Telefónica, Endesa o el Corte Inglés.
Incluso se han levantado voces críticas dentro de la Iglesia, denunciando la tórrida e indigna alianza del Arzobispado madrileño con los poderes económico y político, para dar un recibimiento de lujo a Benedicto XVI.
Y este hombre es -sobre el papel- la máxima autoridad y Jefe de la Iglesia y del Estado Vaticano, la única teocracia europea autodefinida como monarquía absoluta, donde el Sumo Pontífice concentra en su persona -de forma plena- los poderes legislativo, ejecutivo y judicial.
Se trata de una Iglesia (con sus jerarquías, burocracias y tesoros) y un Estado (con su propio Banco, guardia y organismos) históricamente ligados al poder terrenal, siempre más preocupados por mantener y ampliar sus prerrogativas, influencia y ascendencia sobre las sociedades y naciones en las que fue implantándose, que en la madurez espiritual y el empoderamiento personal de sus feligreses (lo cual obviamente llevaría a éstos a abandonar la Iglesia Católica o cualquier otra religión instituída).
No es por tanto nada descabellado suponer que, de haber permanecido sobre la Tierra unos años más, Jesucristo hubiera sido el primero en hacer apostasía de semejante farsa, de semejante poder y estructura que él nunca fundó ni autorizó a fundar.
Ciertamente, los padres de la Iglesia se ocuparon muy mucho de seleccionar, ajustar, modelar y manipular las fuentes, las escrituras y las creencias, de acuerdo a sus intereses y a su limitada comprensión, siendo que -desde los mismos albores del cristianismo- todo aquello que les resultaba inconveniente o incomprensible fue objeto de supresión, prohibicióncondena y olvido.
Y así, a golpe de anatema, junto con muchos evangelios, testimonios, nociones y cristianos apócrifos(cuando no herejes, torturados y/o quemados en la hoguera) la Iglesia se deshizo de la pulpa de las enseñanzas de Cristo, apalancándose y apoltronándose en formas, convenciones, sacramentos, liturgias y ritos, desprovistos ya de su sentido, propósito y significado originales, reflejando de este modo la primacía de lo exotérico (externo) sobre lo esotérico (interno); la subyugación y atrofia de lo genuinamente espiritual, para mayor gloria de la religión y sus ilustrísimos próceres.
En suma, hablamos de una institución y unas jerarequías interpuestas entre el Padre-Madre Universal (el Todo, el Uno, el Tao…) y sus Hij@s, lo cual supone una arbitraria y fraudulenta posición intercesora que constituye una infame osadía y abuso, que unida a los títulos y atributos que el Papa se arroga (citados más arriba), señalarían plausiblemente a este señor -y a los poderes ocultos detrás de él- como impostores, farsantes, falsarios, usurpadores, sacrílegos y blasfemos, en términos propiamente eclesiásticos, empleados en sentido estricto.

A la vista de todo ello, no son de extrañar las selectas compañías, simpatías y apoyos que Ratzinger y su corporación católica suscitan en personas tan humanitarias, solidarias y comprometidas socialmente como, por ejemplo, son Emilio Botín, George W. Bush o Tony Blair (este último recientemente convertido al catolicismo/vaticanismo, donde se siente como pez en el agua).
Tampoco resulta sorprendente su impúdica prestancia a sumarse -como tantos otros líderes y dirigentes mundiales- a la cantinela propagandística del Nuevo Orden Mundial, concebido décadas atrás por genocidas y parásitos sociales de la talla de Henry Kissinger, George H. W. Bush (padre) o David Rockefeller.
No en vano el Papa alemán conoce su oficio, destacando por su agudo e inquisitivo intelecto, su celo profesional, su férrea voluntad, su apego a las tradiciones, los cánones y las buenas costumbres. Sin olvidar su ambición y su gusto por ejercer el poder (ya no sólo humano, sino pretendidamente divino).
Un perfil el suyo, que -de no haberse convertido en religioso- le habría abocado al éxito como directivo de multinacionales, bancos y partidos políticos. Vamos, que no cuesta nada imaginarlo al frente de una gran corporación farmacéutica, o tal vez del Fondo Monetario Internacional, o del Banco Mundial; o como presidente de Monsanto. Sin duda, Joseph Ratzinger hubiera llegado lejos en cualquiera de nuestras democracias.
“Cuando el Tao se pierde, aparece la bondad. Cuando la bondad se pierde, aparece la moralidad. Cuando la moralidad se pierde, aparece el ritual. El ritual es la cáscara de la fe auténtica, y el comienzo del caos”. (Tao Te Ching, 38)
“Cuando pierden su sentido de reverencia, las personas vuelven su mirada a la religión. Cuando ya no confían en sí mismas, comienzan a depender de la autoridad”. (Tao Te Ching, 72)
Los grandes actos de megalomanía siempre estimulan a este tipo de personas. Y esta semana en Madrid, al paso del laureado alemán, se espera que simpatizantes y creyentes desde sus balcones tiren serpentinas de papel higiénico estampadas con los colores del Estado Vaticano (para luego quizás usarlas también en el baño, pues no está la cosa como para despilfarrar).
En un ambiente festivo y conforme al programa y protocolo establecidos, cientos de miles de jóvenes (y no tan jóvenes) españoles y extranjeros recibirán a su líder en olor de multitudes, corearán su nombre y lo vitorearán como a una estrella de rock o un presidente electo cualquiera; pero a lo bestia. Algo de lo que también se jacta el cardenal Rouco, cuando afirma no creer “que haya ninguna otra instancia capaz de convocar a un millón de jóvenes de todo el mundo”. Enhorabuena monseñor, han demostrado que la Iglesia -en cuanto a las artes de persuasión y captación- no tiene nada que envidiar a los mass media, a los partidos políticos o a Lady Gagá. Al menos en estas celebraciones apoteósicas pueden resarcirse un poco de las iglesias y los seminarios endémicamente vacíos de jóvenes.
Y sin embargo, y a pesar de todo, la base social de la Iglesia -cientos de millones de católicos practicantes en todo el mundo- alberga muchísimas personas de bien, de gran corazón y capacidad de servicio. Gente sencilla, solidaria y comprometida realmente en ayudar al prójimo y construir un mundo mejor, más humano y armónico (en base a su cosmovisión e ideario católicos).
Igualmente hay misioneros y sacerdotes excepcionales que ponen toda su energía en mejorar las condiciones de vida de los pueblos y grupos sociales en los que humildemente se integran, dejando a un lado el sutilmente agresivo enfoque proselitista y conversor de tiempos pretéritos.
Mención muy especial merecen también diversas obras sociales amparadas por la Iglesia, de extraordinaria utilidad y valía para miles y miles de personas (en número creciente con la crisis) desfavorecidas, sin recursos, marginadas, drogadictas o enfermas, en las mismas sociedades occidentales (¿cuántos, por ejemplo, no comerían cada día si no fuera por la cocina económica?).
Y es precisamente este aspecto más valioso, efectivo y auténtico de la Iglesia, el que farisaicamente usan de tapadera y en el que se escudan constantemente las jerarquías y élites católicas, tal como suelen hacer los banqueros, magnates corporativos, billonarios y aristócratas con sus fundaciones, obras y donaciones, que suponen en la práctica unas migajas de caridad, parches superfluos y transitorios donde no hay auténtica voluntad de cambiar, corregirse y adoptar las medidas necesarias para promover y realizar justicia social, cumpliendo y haciendo cumplir de verdad los Derechos Humanos, para redistribuir equitativamente la riqueza y las oportunidades entre t... (billones de personas), y no sólo entre unos pocos (miles) de privilegiados elitistas.
Pero el tiempo le llegará a cada católico para tomar conciencia de estos asuntos, de estos hechos. Quizás llevados unos por una profunda inquietud, o tal vez impelidos otros por circunstancias muy dolorosas, vividas en sí mismos o en sus seres más queridos, de una u otra forma comenzarán a hacerse preguntas, a cuestionarse cada vez más cosas respecto de la Iglesia a la que se adscriben y acerca de la misma fe que profesan.
Y el cabreo podrá ser mayúsculo, así como legítimo y justificado. Sólo los más sinceros, honestos y valientes seguirán adelante con este proceso, pues el resto reculará (temporalmente), ya que se necesitan muchas agallas y amor por la verdad para continuar con la búsqueda, cuando todo tu mundo de ideas, creencias y mitos ha rodado por los suelos. Aún así, felizmente, en esos momentos recordarán y sentirán que la verdad libera, aunque primero pueda doler.
Luego, a través de la indagación, la reflexión y el discernimiento, estos nobles y osados descubrirán los serios obstáculos que para su integridad y crecimiento espiritual y mental representan el dogmatismo, fanatismo, prepotencia, manipulación y coerción que tanto anidan en las religiones.
Dejarán entonces de ser parte de aquel rebaño de fieles acríticos, incondicionales del Sumo Pontífice, sumisos a lo que ahora conciben como su indiscutible e infalible autoridad. Comprenderán que él es también un ser humano, ni más ni menos que ellos; con sus virtudes y defectos, con sus aciertos y errores (más o menos grandes).
De igual modo, con una conciencia más madura y una mayor confianza en sí mismos, experimentarán otros camimos, conocerán otras vías, y también tropezarán, naturalmente; pues de humanos es errar, yes también nuestro derecho el poder aprender de nuestros errores y experiencias (nadie escarmienta en cabeza ajena, y nadie puede enseñar a otro lo que ambos ignoran).
Así crecerán saludablemente, sin la inhibición antes impuesta por pétreos catecismos, doctrinas, conceptos, prejuicios y dogmas de fe. E igualmente aprenderán a identificar las trampas camufladas en la parte falsa de la llamada Nueva Era.
Comenzarán de esta manera a profundizar en sí mismos, para hallar y realizar progresivamente elsagrado, intransferible y decisivo encuentro con la Divinidad que mora en el interior de cada ser humano. Sin la “intercesión”, intromisión u obstrucción de pretendidos tutores, gurúes o directores espirituales, cuyas vidas -en sus debilidades, precariedades y frustraciones- reflejan no haber integrado y aplicado (convertido en sabiduría) el conocimiento que presumen tener.
Pues l@s Hij@s del Ser Universal -y todo ser humano lo es- no tienen necesidad de intermediarios para entrar en contacto con su Ser, al igual que un niño no los necesita para comunicarse con su padre, con su madre… con su Fuente, dentro de Sí.
Y todo ello lo harán sin usted, señor Ratzinger. Ya no le necesitarán, así como tampoco necesitarán su Iglesia o cualquier otra. Porque habrán realizado aquel adagio del Maestro, “mi Padre y yo somos uno”, comprendiendo que Jesús mostró un camino accesible para todos (“las cosas que yo hago, también vosotros las haréis, y aún mayores”), encarnando aquel elevado estado de consciencia -crístico-, de ser, que todos estamos llamados a alcanzar como el nuevo y siguiente estadio en nuestra ascendente evolución, conforme a nuestro divino origen, naturaleza y filiación.
Sentirán y conocerán entonces que el Maestro, la Conciencia Crística, mora y está siempre disponible dentro de sí mismos (aunque en el exterior perfectamente pueda manifestarse también un auténtico guía o maestro, facilitando el proceso de autodescubrimiento). En ese punto, sabrán con certeza que el auténtico templo, el sitial del Espíritu, se encuentra y va allí donde están y van ellos, porque en todos nosotros habita la Divinidad, de la cual somos manifestación y parte; el Espíritu Universal que realmente somos todos. Un sólo SER, un sólo CORAZÓN. Desde ahí, todo empieza a tomar su camino natural, saludable y bienaventurado.
La senda de la ascensión se abre así expédita a todos aquellos que se autoeligen para recorrerla individualmente, pues cada uno sólo puede aprender y experimentar en sí, de sí y por sí mismo.
En estos que emprendan el camino, la fe y el Amor -a través del invaluable e indispensable trabajo interior-, emanarán desde adentro y se expresarán y aplicarán en servicio impersonal (desinteresado, incondicional) a todo su entorno, a todos los seres.
Esta dinámica los transformará, y serán el cambio que anhelan ver en el mundo. Y así como a ellos les gustaría ser tratados, tratarán a los demás. Amarán al prójimo como a sí mismos. Porque somos Uno.
Para ese momento, usted, Benedicto XVI, hace largo tiempo que habrá cumplido su función en las vidas de sus antaño fieles seguidores, y ya no será útil en el camino de ellos hacia el interior, hacia lo Divino, hacia Sí. Mas en lo profundo de sus seres reconocerán y agradecerán amorosamente el papel que usted desarrolló, correspondiente al estadio de aprendizaje en el que ellos se hallaban.
Por eso, porque somos Uno y esta vida en realidad es una Gran Obra, yo en lo profundo también le amo y reconozco lo que usted representa y realiza para el colectivo. Empero, yo igualmente cumplo mi función, que es informar, inspirar, concienciar. Para bien.
Así pues, usted, señor Ratzinger, no es -en mi opinión- el mejor ejemplo para la juventud. Déjela en paz, déjenos en paz y váyase a su casa, al Estado Vaticano; una sede que, lejos de ser Santa, lo es de las más abyectas prácticas, complicidades, silencios, órdenes y sociedades secretas, tal como -con pruebas y evidencias de gran peso- atestiguan y constatan incluso algunos sacerdotes y teólogoscríticos, así como investigadores independientes (y también, desgraciadamente, niños abusados).
Lo único limpio del Vaticano son las fachadas de sus edificios, auténticos sepulcros blanqueados, como lo son gran parte de sus notables inquilinos.
Entonces, más que venir a España a predicar a los jóvenes lo que usted y los suyos no practican,debería limpiar su casa de la corrupción que la infesta y anega. Pero sé que no lo hará (como trató de hacerlo Albino Luciani), pues está usted muy identificado y complacido con su papel en ella.
Como tantos otros que le precedieron (y como cualquier monarca o príncipe heredero), se ha creído usted su propia película, aunque sepa -o no quiera saber- que la función está terminando. Y que se pedirá cuenta.
Fuente: Liberación ahora

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