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lunes, 21 de marzo de 2011

Japón: Crónica de un Terremoto Anunciado 3


                                          La radiactividad de Japón llega a más alimentos
Una mujer sujeta un extintor entre las ruinas de su casa y camiones de bomberos y restos de otros vehículos arrastrados por el tsunami. :: REUTERS

Aparentemente dominada la amenaza de la nube tóxica procedente de la siniestrada central japonesa de Fukushima 1, el nuevo peligro radica ahora en la radiación detectada en el agua corriente de Tokio, en el polvo y en ciertos alimentos. A unos 30 kilómetros de la planta atómica en la misma prefectura de Fukushima, ya son 37 las granjas con leche contaminada, mientras que la radiación descubierta en las espinacas de Ibaraki, a 73 kilómetros, supera doce veces el máximo permitido por la ley.
Las autoridades insisten en que dichos niveles no entrañan ningún riesgo para la salud, pero la alarma ha saltado al hallarse una partida de judías con radiactividad en Taiwán, también por debajo de los límites permitidos.
El Ministerio de Salud también confirmó que se había detectado radiación en aceite de colza de tres nuevas prefecturas y el portavoz gubernamental admitió que algunos alimentos contaminados pueden haber sido ya comercializados. Para la Policía, el objetivo consiste en localizarlos y detener los envíos sospechosos procedentes de las zonas afectadas por radiactividad.
Entonando otro 'mea culpa', las autoridades reconocieron su lentitud en el reparto de pastillas de yodo potásico a los más de 200.000 evacuados por el escape de la central, alojados en refugios habilitados en edificios públicos sin saber si podrán regresar a sus hogares. Por no disponer de tabletas, muchos de ellos sufrirán en el futuro un cáncer de tiroides causado por yodo radiactivo y otras enfermedades provocadas por los isótopos de cesio 137 y uranio 238. Mientras el primero desaparece a los pocos días y puede ser repelido por el yodo potásico, agotado en las farmacias, los dos últimos se mantienen durante décadas.
Al menos, los japoneses pueden contentarse con que una de sus comidas favoritas, el pescado y el marisco, no han resultado de momento contaminados por la radiación. Así que podrán seguir recuperando su normalidad diaria a base de 'sushi' y 'sashimi'.
Aprendiendo a vivir
La esperanza y las ganas de vivir se abren paso en Japón. Lo hacen poco a poco. A un ritmo todavía tímido, pero decidido a hacer frente a la mayor tragedia que ha sufrido el archipiélago en su historia reciente: una triple catástrofe en forma de potente terremoto, devastador tsunami y terrorífica fuga radiactiva.
Aún bajo su amenaza, Tokio volvió ayer a respirar nueve días después del infausto 11-M de ojos rasgados. Tras una semana angustiosa plagada de explosiones en la central nuclear de Fukushima, la capital nipona intentó recobrar el pulso, al menos el habitual en un agradable domingo de primavera previo a la jornada festiva de hoy. Lo consiguió a medias. La mayoría de restaurantes de 'sushi' permanecían cerrados en las callejuelas aledañas a la estación de Shimbashi, mientras parejas y grupos de amigas hacían cola a las puertas de los comercios que volvían a abrir después de varios días.
En Harajuku, las adolescentes disfrazadas de personajes de 'manga' se citaban de nuevo en las tiendas de moda y cafeterías de diseño para lucir sus pícaros vestidos de colegiala con minifalda, liga y zapatos de plataforma, sus estrambóticos peinados y las siete capas de maquillaje que colorean sus sonrosados rostros. «Hay mucha menos gente que de costumbre, pero bastante más que el domingo anterior», explicaba Ayaka en uno de los rincones para fumadores que salpican las calles de la ciudad, donde la ley prohíbe echarse un pitillo ni siquiera en caso de desastre nacional.
Y en Roppongi, la zona de copas, una docena de africanos volvía a abordar a los escasos turistas que aún no se han marchado de Tokio, recomendándoles los sórdidos burdeles que pueblan los pisos superiores de los edificios, donde les esperaban en escotados camisones exuberantes 'señoritas' filipinas, indonesias y chinas.
Había motivos para sonreír. Como si se tratara de un paciente en la UCI, los 300 técnicos que trabajan a la desesperada en la planta de Fukushima habían conseguido estabilizar sus seis reactores nucleares. Según las autoridades, el 5 y el 6, que apenas resultaron dañados por el impacto del tsunami, ya están controlados. En el 2 se había restablecido el sistema de refrigeración eléctrica, que alimenta también al 1, y el 3 y el 4 habían sido enfriados con toneladas de agua lanzadas desde helicópteros militares y camiones de bomberos.
Para los próximos días, los ingenieros confían en conectar el sistema eléctrico con el fin de reducir sus altísimas temperaturas, que han llegado a los 300 grados y fundido parcialmente sus núcleos hasta provocar escapes radiactivos y amenazar con propagar una nube tóxica de consecuencias impredecibles.
Como en Chernóbil
El vicesecretario del Gabinete, Tetsuro Fukuyama, se congratuló de que «la situación está mejorando paso a paso», pero el peligro no ha pasado. Al atardecer, la presión subió otra vez en el reactor número 3, abriendo la posibilidad a nueva liberación a la atmósfera de vapores que contendrían partículas radiactivas. Si, finalmente, los operarios no consiguen enfriar los núcleos y las piscinas de combustible con el sistema eléctrico de refrigeración, no quedará más remedio que cubrir la central con un sarcófago de cemento y arena como en Chernóbil.
Con independencia de lo que ocurra, «lo que está claro es que Fukushima no estará en condiciones de ser reabierta», certificó el portavoz del Gobierno, Yukio Edano, el fin de esta central, que es la más antigua de Japón. Fue construida en 1971. Al ser también una de las mayores, su defunción perjudicará a la red eléctrica nipona poco antes del aumento de la demanda en verano.

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