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jueves, 3 de marzo de 2011

EL PRIORATO DE SION


El Priorato de Sion es el nombre de una supuesta sociedad secreta, que según la creencia de los que apoyan su existencia desde la antigüedad, sería considerada la más influyente en la historia occidental. Históricamente, esta orden fue fundada en realidad por Pierre Plantard el 20 de julio de 1956, según consta en el Boletín Oficial de la República Francesa número 167, página 6731; caracterizándose por sus tintes rosacrucianos modernos. Hay otros sin embargo que aseguran que el Priorato de Sion se fundo en el 325 d.C. (Cuando tuvo lugar el Concilio de Nicea) pues, Constantino legalizo la religión cristiana en extrañas condiciones tras una conversación con los altos cargos religiosos (una versión poco verosimil).
No confundir con la Orden de Sión, fundada por los templarios; del cual el priorato pretende indicar que sería sucesor de ésta.
Al analizar la historia del Priorato de Sion, se presentan dos versiones dependiendo de la validez que se le atribuya a los escritos del priorato y a la palabra de Pierre Plantard. De este modo se describe la historia de este priorato de las siguientes maneras:
Los historiadores, tras haber analizado todo lo relacionado al Priorato de Sion, indican que la antigüedad y los escritos sobre éste son falsos, y han llegado a la siguiente conclusión sobre la historia del Priorato de Sion:
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Los manuscritos presentados por Pierre Plantard indicando que provenían del padre Bérenger Saunière quien los habría descubierto mientras arreglaba su iglesia, habrían sido realmente escritos por el mismo Pierre Plantard y fabricados por su amigo Philippe de Cherisey). Así, estos documentos falsificados pretendían mostrar la supervivencia de la dinastía merovingia de los reyes francos, y de este modo atribuir un linaje real a Pierre Plantard. Plantard manipuló las actividades de Saunière en Rennes para “demostrar” sus reclamaciones relacionadas con el Priorato de Sión. De este modo se calcula que entre 1961 y 1984 Plantard habría inventado el linaje legendario del Priorato de Sión, supuestamente surgido de los restos de la Orden de Sión. Igualmente otra razón para señalar como falsa la antigüedad del Priorato de Sion; ya que si presentara esa antigüedad y con ello un gran poder, no habría tenido la necesidad de fundar su orden el 20 de julio de 1956, en el Boletín Oficial de la República Francesa.
Para mantener su engaño, en 1989, Pierre Plantard intentó decir que el Priorato de Sion en realidad había sido fundado en 1681 en Rennes-le-Château; pero en esta ocasión no pudo conservar su reputación y sus proyectos. Posteriormente en septiembre de 1993, argumentó que Roger-Patrice Pelat había sido una vez el Gran Maestre del Priorato de Sion. Pelat era un amigo del entonces presidente de Francia François Mitterrand y fue centro de un escándalo que implicó al primer ministro francés Pierre Bérégovoy. Un tribunal francés ordenó registrar la casa de Plantard, requisando muchos documentos, incluyendo alguna proclamación de Plantard como rey legítimo de Francia. Conforme al juramento, Plantard admitió que había ideado todo, incluyendo la participación de Pelat en el Priorato de Sion. Ordenaron a Plantard desistir en todas las actividades relacionadas con la promoción del Priorato de Sion y vivió en el anonimato hasta su muerte el 3 de febrero de 2000, en París.
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Autores franceses como Franck Marie (1978), Jean-Luc Chaumeil (1979, 1984, 1992) y Pierre Jarnac (1985, 1988) nunca han tomado a Pierre Plantard y el Priorato de Sion en serio. Concluyeron que todo era un fraude, y para ello los historiadores perfilaron detalladamente sus argumentos y dieron múltiples pruebas que los investigadores de la novela del Santo Grial; del cual se hizo famoso mundialmente el Priorato de Sion, no habían contado la verdad, y que habían omitido datos conocidos. Con ello, argumentan que las pruebas de éstos últimos no podían mantener la versión mítica de la historia del Priorato.
Visión legendaria del Priorato de Sión
En primer lugar hay que decir que no hay ninguna fuente seria que apoye esta teoría, que se basa, principalmente en revistas esotéricas, novelas como “El Código Da Vinci” o libros como “El Enigma Sagrado” que sus propios autores confiesan que no tiene base ni rigor histórico.
Según el artículo I.c del original de 1956 de los Estatutos del Priorato de Sión, la asociación adoptó ese nombre de una montaña cercana a la ciudad francesa de Annemasse, llamada Sion. El objetivo de esta logia iniciática era un movimiento vanguardista dedicado a la restauración de la nobleza y la monarquía en Francia, mediante los derechos de realeza de Pierre Plantard.
Para ello, Pierre Plantard indicaba estos hechos y derechos mediante unos pergaminos que según los partidarios, serían los que el padre Bérenger Saunière había descubierto mientras arreglaba su iglesia. Entre estos documentos indicó la existencia de un linaje legendario del Priorato de Sión, supuestamente surgido de los restos de la Orden de Sión, que había sido fundada en Jerusalén durante la Primera Cruzada por Godofredo de Bouillon. Así con estos documentos pretendían mostrar la supervivencia de la dinastía merovingia de los reyes francos.
Los partidarios más cercanos a la idea de la existencia real del Priorato, se basan en los siguientes argumentos:
Hay una lista de Grandes Maestres ilustres . Ello indicaría que la Orden de Sión tendría una larga historia que comenzaría con la creación de los Caballeros Templarios y sus frentes militar y financiero. No obstante, esta lista se basa en un documento reconocidamente falso.
Se dice que tuvo un importante papel en la promoción del mito del “río oculto de esoterismo”, el Alph, en la Europa medieval.
Se jura reinstaurar la dinastía Merovingia, que gobernó el reino Franco de 447 a 751 d.C., en los tronos de Europa y Jerusalén, a pesar de no quedar ni un sólo descendiente acreditado de tal dinastía.
La orden protegería a esta dinastía real porque según la doctrina de la orden, la dinastía Merovingia son los descendientes directos de Jesús y su esposa María Magdalena.
Grandes Maestres del Priorato de Sión
La lista que aquí se presenta a continuación es la de las personas que supuestamente han sido los Grandes Maestres del Priorato:
Jean de Gisors (1188-1220)
Marie de Saint-Clair (1220-1266)
Guillaume de Gisors (1266-1307)
Edouard de Bar (1307-1336)
Jeanne de Bar (1336-1351)
Jean de Saint-Clair (1351-1366)
Blanche d’Évreux (1366-1398)
Nicolas Flamel (1398-1418)
René d’Anjou (1418-1480)
Yolande de Bar (1480-1483)
Sandro Botticelli (1483-1510)
Leonardo da Vinci (1510-1519)
Charles de Bourbon (1519-1527)
Ferrante Gonzaga (1527-1575)
Ludovico Gonzaga (1575-1595)
Mart Debiasì (1578-1601)
Robert Fludd (1595-1637)
Johann Valentin Andreae (1637-1654)
Robert Boyle (1654-1691)
Isaac Newton (1691-1727)
Charles Radclyffe (1727-1746)
Charles Alenxadre de Lorraine (1746-1780)
Maxilian Franz von Habsburg-Lothringen (1780-1801)
Charles Nodier (1801-1844)
Víctor Hugo (1844-1885)
Claude Debussy (1885-1918)
Jean Cocteau (1918-1963)
Pierre Plantard (1963-2000)
Dado que Plantard es quien creó esta lista con la falsificación de los documentos que dieron origen a la Leyenda del Priorato de Sión, a su muerte se cerró la lista de Grandes Maestres del Mismo.
Los objetivos últimos del Priorato de Sion serían:
la fundación de un “Santo Imperio Europeo” que se convertiría en la siguiente superpotencia y el promotor de un nuevo orden mundial de paz y prosperidad;
la suplantación de la Iglesia Católica Romana por una religión estatal ecuménica y mesiánica gracias a la revelación del Santo Grial y el “Testamento de Judas” que demostraría las causas de los seguidores de Juan el Bautista y sacaría a la luz pública a los descendientes de Jesús y María Magdalena;
la reinstauración del Rey ungido del Gran Israel (el descendiente del Rey David).
Bibliografia Wikipedia.org
Los caballeros Templarios
La Orden de los Pobres Caballeros de Cristo (latín: Pauperes commilitones Christi Templique Solomonici), comúnmente conocida como los Caballeros Templarios o la Orden del Temple (francés: Ordre du Temple o Templiers) fue una de las más famosas órdenes militares cristianas. Esta organización se mantuvo activa durante poco menos de dos siglos. Fue fundada en 1118 por nueve caballeros franceses liderados por Hugo de Payens tras la Primera Cruzada. Su propósito original era proteger las vidas de los cristianos que peregrinaron a Jerusalén tras su conquista.
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Aprobada de manera oficial por la Iglesia Católica en 1129, la Orden del Templo creció rápidamente en tamaño y poder. Los Caballeros Templarios empleaban como distintivo un manto blanco con una cruz roja dibujada. Los miembros de la Orden del Templo se encontraban entre las unidades militares mejor entrenadas que participaron en las Cruzadas. Los miembros no combatientes de la orden gestionaron una compleja estructura económica a lo largo del mundo cristiano, creando nuevas técnicas financieras que constituyen una forma primitiva del moderno banco, y edificando una serie de fortificaciones por todo el Mediterráneo y Tierra Santa.
El éxito de los templarios se encuentra estrechamente vinculado a las Cruzadas; la pérdida de Tierra Santa derivó en la desaparición de los apoyos de la Orden. Además, los rumores generados en torno a la secreta ceremonia de iniciación de los templarios creó una gran desconfianza. Felipe IV de Francia, considerablemente endeudado con la Orden, comenzó a presionar al Papa Clemente V con el objeto de que éste tomara medidas contra sus integrantes. En 1307, un gran número de templarios fueron arrestados, inducidos a confesar bajo tortura y posteriormente quemados en la hoguera. En 1312, Clemente V cedió a las presiones de Felipe y disolvió la Orden. La brusca desaparición de su estructura social dio lugar a numerosas especulaciones y leyendas, que han mantenido vivo el nombre de los Caballeros Templarios hasta nuestros días.
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La cruz paté roja.A finales del siglo X, controladas las invasiones musulmanas y vikingas, bien por vía militar o mediante asentamiento, comenzó en la Europa occidental una etapa expansiva. Se produjo un aumento de la producción agraria, íntimamente relacionado con el crecimiento de la población, y el comercio experimentó un nuevo renacer, al igual que las ciudades.
La autoridad religiosa, matriz común en la Europa occidental y única visible en los siglos anteriores, había logrado introducir en el belicoso mundo medieval ideas como ”La paz de Dios” o la “Tregua de Dios”, dirigiendo el ideal de caballería hacia la defensa de los débiles. No obstante, no rechazaba el uso de la fuerza para la defensa de la Iglesia. “Ya el pontífice Juan VIII, a finales del siglo IX, había declarado que aquellos que murieran en el campo de batalla luchando contra el infiel, verían sus pecados perdonados, es más: se equipararían a los mártires por la fe”.
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Existía, pues, un arraigado y exacerbado sentimiento religioso que se manifestaba en las peregrinaciones a lugares santos, habituales en la época. Las tradicionales peregrinaciones a Roma fueron sustituidas paulatinamente a principios del siglo XI por Santiago de Compostela y Jerusalén. Estos nuevos destinos no estaban exentos de peligros, como salteadores de caminos o fuertes tributos de los señores locales, pero el sentimiento religioso, unido a la espera de encontrar aventuras y fabulosas riquezas orientales, arrastraron a muchos peregrinos, que al volver a Europa relataban sus penalidades.
Coronación de Balduino I (de la Histoire d’Outremer, siglo XIII).El pontífice Urbano II, tras asegurar su posición al frente de la Iglesia, continuó con las reformas de su predecesor Gregorio VII. La petición de ayuda realizada por los bizantinos, junto con la caída de Jerusalén en manos turcas, propició que en el Concilio de Clermont (noviembre de 1095) Urbano II expusiera, ante una gran audiencia, los peligros que amenazaban a los cristianos occidentales y las vejaciones a las que se veían sometidos los peregrinos que acudían a Jerusalén. La expedición militar predicada por Urbano II pretendía también rescatar Jerusalén de manos musulmanas.
Las recompensas espirituales prometidas, junto con el ansia de riquezas, hicieron que príncipes y señores respondiesen pronto al llamamiento del pontífice. La Europa cristiana se movió con un ideario común bajo el grito de “Dios lo quiere” (Deus vult, frase que encabeza el discurso del concilio de Clermont en que Urbano II convocó la I cruzada).
La primera cruzada culminó con la conquista de Jerusalén en 1099 y con la constitución de principados latinos en la zona: los Condados de Edesa y Trípoli, el Principado de Antioquía y el Reino de Jerusalén, en donde Balduino I no tuvo inconveniente en asumir, ya en 1100, el título de rey.
Fundación y primeros tiempos
Apenas creado el reino de Jerusalén y elegido Balduino I como su primer rey, algunos de los caballeros que participaron en la Cruzada decidieron quedarse a defender los Santos Lugares y a los peregrinos cristianos que iban a ellos. Balduino I necesitaba organizar el reino y no podía dedicar muchos recursos a la protección de los caminos, porque no contaba con efectivos suficientes para hacerlo. Esto, y el hecho de que Hugo de Payens fuese pariente del Conde de Champaña (y probablemente pariente lejano del mismo Balduino), llevó al rey a conceder a esos caballeros un lugar donde reposar y mantener sus equipos, otorgándoles derechos y privilegios, entre los que se contaba un alojamiento en su propio palacio, que no era sino la Mezquita de Al-Aqsa, que se encontraba a la sazón incluida en lo que en su día había sido el recinto del Templo de Salomón. Y cuando Balduino abandonó la mezquita y sus aledaños como palacio para fijar el trono en la Torre de David, todas las instalaciones pasaron, de hecho, a los Templarios, que de esta manera adquirieron no sólo su cuartel general, sino su nombre.
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Además de ello, el Rey Balduino se ocupó de escribir cartas a los reyes y príncipes más importantes de Europa a fin de que prestaran su ayuda a la recién nacida orden, que había sido bien recibida no sólo por el poder temporal, sino también por el eclesiástico, ya que fue el Patriarca de Jerusalén la primera autoridad de la Iglesia que la aprobó canónicamente. Nueve años después de la creación de la misma en Jerusalén, en 1128 se reunió el llamado Concilio de Troyes que se encargaría de redactar la regla para la recién nacida Orden de los Pobres Caballeros de Cristo.
El concilio fue encabezado por el legado pontificio D’Albano y al mismo acudieron los obispos de Chartres, Reims, París, Sens, Soissons, Troyes, Orleans, Auxerre y demás casas eclesiásticas de Francia. Hubo también varios abades, como Etiene Harding, mentor de San Bernardo, el propio San Bernardo de Claraval, y laicos, como el Conde de Champaña y el Conde de Nevers. Hugo de Payens expuso ante la asamblea las necesidades de la orden, y se decidieron artículo por artículo hasta los más mínimos detalles de ésta, como podían ser desde los ayunos hasta la manera de llevar el peinado, pasando por rezos, oraciones e incluso armamento.
Por lo tanto, la regla más antigua de la que se tiene noticia es la redactada en ese concilio. Escrita casi seguramente en latín, estaba basada hasta cierto punto en los hábitos y usos previos al concilio; las modificaciones principales vinieron del hecho de que, hasta ese momento, los templarios estaban viviendo bajo la Regla de San Agustín y el concilio les cambió a la Regla Cisterciense (que no era más que la de San Benito modificada) y que era la que profesaba S. Bernardo.
La regla Primitiva constaba de un acta oficial del Concilio y un reglamento de 75 artículos, entre los que se encontraban algunos como:
Artículo X: Del comer carne en la semana. En la semana, si no es en el día de Pascua de Natividad, o Resurrección, o festividad de nuestra Señora, o de Todos los Santos, que caigan, basta comerla en tres veces, o días, porque la costumbre de comerla, se entiende es corrupción de los cuerpos. Si el Martes fuere de ayuno, el Miercoles se os dé con abundancia. En el Domingo, así a los Caballeros, como a los Capellanes, se les dé sin duda dos manjares, en honra de la santa Resurrección; los demás sirvientes se contenten con uno, y den gracias a Dios.
Una vez redactada fue entregada al Patriarca Latino de Jerusalén, Esteban de la Ferté, también llamado Esteban de Chartres, si bien algunos autores estiman que el redactor pudo ser más bien su predecesor, Garmond de Picquigny, que la modificó eliminando doce artículos e introduciendo veinticuatro nuevos, entre los cuales se encontraba la referencia a vestir sólo el manto blanco entre los caballeros y un manto negro para los sargentos.
Después de recibir la regla básica, cinco de los nueve integrantes de la Orden viajaron —encabezados por Hugo de Payens— por Francia primero y por el resto de Europa después, recogiendo donaciones y alistando caballeros en sus filas. Se dirigieron primeramente a los lugares de los que provenían, con la seguridad de su aceptación y asegurándose cuantiosas donaciones. En este periplo consiguieron reclutar en poco tiempo una cifra cercana a los trescientos caballeros, sin contar escuderos, hombres de armas o pajes.
Importante fue para la Orden la ayuda que en Europa les concedió el abad San Bernardo de Claraval que, debido a los parentescos y las cercanías con varios de los nueve primeros caballeros, se esforzó sobremanera en dar a conocer a la Orden gracias a sus altas influencias en Europa, sobre todo en la Corte Papal. San Bernardo era sobrino de André de Montbard, quinto Gran Maestre de la Orden, y primo por parte de madre de Hugo de Payens. Era también un creyente convencido y hombre de gran carácter, cuya sapiencia e independencia eran admiradas en muchas partes de Francia y en la propia Santa Sede. Reformador de la Regla Benedictina, sus discusiones con Pedro Abelardo, brillante maestro de la época, fueron muy conocidas.
Así pues, era de esperar que San Bernardo aconsejara a la Orden una regla rígida y que les hiciera aplicarse a ella en cuerpo y alma. Participó en su redacción en 1128 en el Concilio de Troyes introduciendo numerosas enmiendas en el texto básico que redactó el patriarca de Jerusalén, Etienne de la Ferté. Y ayudó posteriormente de nuevo a Hugo de Payens redactando una serie de cartas en las que defendía a la Orden del Templo como el verdadero ideal de la caballería e invitaba a las masas a unirse a ella.
Los privilegios de la Orden fueron confirmados por las bulas Omne datum optimum (1139), Milites Templi (1144) y Militia Dei (1145). En ellas, de manera resumida, se daba a los Caballeros Templarios una autonomía formal y real respecto a los Obispos, dejándolos sujetos tan sólo a la autoridad papal; se les excluía de la jurisdicción civil y eclesiástica; se les permitía tener sus propios capellanes y sacerdotes, pertenecientes a la Orden; se les permitía recaudar bienes y dinero de variadas formas (por ejemplo, tenían derecho de óbolo —esto es, las limosnas que se entregaban en todas las Iglesias— una vez al año). Además, estas bulas papales les daban derecho sobre las conquistas en Tierra Santa, y les concedía atribuciones para construir fortalezas e iglesias propias, lo que les dio gran independencia y poder.
En 1167, o según ciertos estudiosos , en 1187, se redactaron los Estatutos Jerárquicos, especie de reglamento que desarrollaba artículos de la Regla y que regulaba aspectos necesarios que no habían sido tenidos en cuenta por la Regla Primitiva (como la jerarquía de la Orden, detallada relación de la vestimenta, vida conventual, militar y religiosa, o deberes y privilegios de los hermanos templarios, por ejemplo). Consta de más de seiscientos artículos, divididos en secciones.
Durante su estancia inicial en Jerusalén se dedicaron únicamente a escoltar a los peregrinos que acudían a los santos lugares, y, ya que su escaso número (nueve) no permitía que realizaran actuaciones de mayor magnitud, se instalaron en el desfiladero de Athlit protegiendo los pasos cerca de Cesarea. Hay que tener en cuenta, de todas maneras, que sabemos que eran nueve caballeros, pero, siguiendo las costumbres de la época, no se conoce exactamente cuántas personas componían en verdad la Orden en principio, ya que los caballeros tenían todos ellos un séquito, menor o mayor. Se ha venido en considerar que, por cada caballero, habría que contar tres o cuatro personas, por lo que estaríamos hablando de unas treinta o cincuenta personas, entre caballeros, peones, escuderos, servidores, etc.
Sin embargo, su número aumentó de manera significativa al ser aprobada su regla y ese fue el inicio de la gran expansión de los pauvres chevaliers du temple (en francés: pobres caballeros del templo). Hacia 1170, unos cincuenta años después de su fundación, los Caballeros de la Orden del Templo se extendían ya por tierras de lo que hoy es Francia, Alemania, el Reino Unido, España y Portugal. Esta expansión territorial contribuyó al enorme incremento de su riqueza, que pronto no tuvo igual en todos los reinos de Europa.
El principio del fin
Pero las derrotas ante Saladino les hicieron retroceder en Tierra Santa: así, en la batalla de los Cuernos de Hattin que tuvo lugar el 4 de julio de 1187 en Tierra Santa, al Oeste del Mar de Galilea, en el desfiladero conocido como Cuernos de Hattin (Qurun-hattun), el ejército cruzado, formado principalmente por contingentes templarios y hospitalarios a las órdenes de Guido de Lusignan, rey de Jerusalén, y Reinaldo de Chatillon, se enfrentó a las tropas del sultán de Egipto, Saladino. Este les infligió una tremenda derrota, en la que murieron el Gran Maestre de los templarios y muchos de sus caballeros, aparte de las bajas hospitalarias. Saladino tomó posesión de Jerusalén y terminó de un manotazo con el Reino que había fundado Balduino. Sin embargo, la presión de la Tercera Cruzada y, sobre todo, el buen hacer de Ricardo I de Inglaterra (llamado Corazón de León) lograron de Saladino un acuerdo para convertir a Jerusalén en una especie de “ciudad libre” para el peregrinaje.
Después del desastre de Hattin, las cosas fueron de mal en peor, y en 1244 cayó definitivamente Jerusalén, y los templarios se vieron obligados a mudar sus cuarteles generales a San Juan de Acre, junto con las otras dos grandes órdenes monástico-militares: los Hospitalarios y los Caballeros Teutónicos.
Las posteriores cruzadas (esto es, la Cuarta, la Quinta y la Sexta), a las que evidentemente se alistaron los templarios, o no tuvieron un reflejo práctico en Tierra Santa o fueron episodios demenciales (como la toma de Bizancio en la Cuarta Cruzada).
En 1248, Luis IX de Francia (después conocido como San Luis) decide convocar la Séptima Cruzada, y la lidera, pero no conduciéndola a Tierra Santa, sino a Egipto. El error táctico del Rey y las pestes que sufrieron los ejércitos cruzados les llevaron a la derrota de Mansura y al desastre posterior, en el que el propio Luis IX cayó prisionero. Y fueron los templarios, tenidos en alta estima por sus enemigos, los que negociaron la paz y los que prestarían a Luis la fabulosa suma que componía el rescate que debía pagar por su persona.
En 1291 tuvo lugar la Caída de Acre, con los últimos templarios luchando junto a su Maestre, Guillaume de Beaujeu, lo que constituyó el fin de la presencia cruzada en Tierra Santa, pero no el fin de la Orden, que mudó su Cuartel General a Chipre tras comprar la isla.
Tras su expulsión de Tierra Santa
Los templarios intentarían reconquistar cabezas de puente para su nueva penetración en el Oriente Medio desde Chipre, siendo la única de las tres grandes órdenes de caballería que lo hizo, pues tanto los Hospitalarios como los Caballeros Teutónicos dirigieron sus intereses a diferentes lugares.
Este esfuerzo se revelaría a la postre inútil, no tanto por la falta de medios o de voluntad, como por el hecho de que la mentalidad había cambiado y a ningún poder de Europa le interesaba ya la conquista de los Santos Lugares, con lo que los templarios se hallaron solos. De hecho, una de las razones por las que al parecer Jacques de Molay se encontraba en Francia cuando lo capturaron era la intención de convencer al rey francés de emprender una nueva Cruzada.
El final de la Orden
Felipe IV de Francia, el Hermoso, ante las deudas que su país había adquirido, entre otras cosas, por el préstamo que su abuelo Luis IX solicitó para pagar su rescate tras ser capturado en la Séptima Cruzada, y su deseo de un Estado fuerte, con el rey concentrando todo el poder (que, entre otros obstáculos, debía superar el poder de la Iglesia y las diversas órdenes religiosas como los templarios), convenció (o más bien, intimidó) al Papa Clemente V, fuertemente ligado a Francia, pues era de su hechura, de que iniciase un proceso contra los templarios acusándolos de sacrilegio a la cruz, herejía, sodomía y adoración a ídolos paganos (se les acusó de escupir sobre la cruz, renegar de Cristo a través de la práctica de ritos heréticos, de adorar a Baphomet y de tener contacto homosexual, entre otras cosas).
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En esta labor contó con la inestimable ayuda de Guillermo de Nogaret, canciller del reino, famoso en la historia por haber sido el estratega del incidente de Anagni, en el que Sciarra Colonna había abofeteado al Papa Bonifacio VIII, con lo que el Sumo Pontífice había muerto de humillación al cabo de un mes; del Inquisidor General de Francia, Guillermo Imberto, más conocido como Guillermo de París; y de Eguerrand de Marigny, quien al final se apoderará del tesoro de la Orden y lo administrará en nombre del Rey, hasta que sea transferido a la Orden de los Hospitalarios.
Para ello se sirvieron de las acusaciones de un tal Esquieu de Floyran, espía a las órdenes tanto de la Corona de Francia como de la Corona de Aragón.
Parece ser que Esquieu le fue a Jaime II de Aragón con la especie de que un prisionero templario, con quien había compartido una celda, le había confesado los pecados de la Orden. Jaime no le creyó y lo echó “con cajas destempladas”…, así que Esquieu se fue a Francia a contarle el cuento a Guillermo de Nogaret, que no tenía más voluntad que la del Rey, y que, creyera o no creyera en el mismo, no perdió la oportunidad de usarlo como pie para montar el dispositivo que, a la postre, llevó a la disolución de la Orden.
Felipe despachó correos a todos los lugares de su reino con órdenes estrictas de no ser abiertos hasta un día concreto, el anterior al viernes 13 de octubre de 1307, en lo que se podría decir que fue una operación conjunta simultánea en toda Francia. En esos pliegos se ordenaba la detención de todos los templarios y el requisamiento de sus bienes.
Jacques de Molay, último gran maestre de la orden, y ciento cuarenta templarios fueron encarcelados y seguidamente sometidos a torturas, método por el cual consiguieron que la mayoría de los acusados se declararan culpables de los cargos, inventados o no. Cierto es que algunos efectuaron similares confesiones sin el uso de la tortura, pero lo hicieron por miedo a ella; la amenaza había sido suficiente. Tal era el caso del mismo gran maestre, Jacques de Molay, quien luego admitió haber mentido para salvar la vida.
Llevada a cabo sin la autorización del Papa, quien tenía a las órdenes militares bajo su jurisdicción inmediata, esta investigación era radicalmente corrupta en cuanto a su finalidad y a sus procedimientos, pues los templarios habían de ser juzgados con respecto al Derecho Canónico y no por la justicia ordinaria. Esta intervención del poder temporal en la esfera de personas que estaban aforadas y sometidas por ello a la jurisdicción papal, no sólo produjo de Clemente V una enérgica protesta, sino que el Pontífice anuló el juicio íntegramente y suspendió los poderes de los obispos y sus inquisidores. No obstante, la acusación había sido admitida y permanecería como la base irrevocable de todos los procesos subsiguientes.
Felipe el Hermoso sacó ventaja del “desenmascaramiento”, y se hizo otorgar por la Universidad de París el título de «campeón y defensor de la fe», y, en los Estados Generales convocados en Tours supo poner a la opinión pública en contra de los supuestos crímenes de los templarios. Más aún, logró que se confirmaran delante del Papa las confesiones de setenta y dos presuntos templarios acusados, quienes habían sido expresamente elegidos y entrenados de antemano. En vista de esta investigación realizada en Poitiers (junio de 1308), el Papa, que hasta entonces había permanecido escéptico, finalmente se mostró interesado y abrió una nueva comisión, cuyo proceso él mismo dirigió. Reservó la causa de la Orden a la comisión papal, dejando el juicio de los individuos en manos de las comisiones diocesanas, a las que devolvió sus poderes.
La comisión papal asignada al examen de la causa de la Orden había asumido sus deberes y reunió la documentación que habría de ser sometida al Papa y al Concilio General convocado para decidir sobre el destino final de la Orden. La culpabilidad de las personas aisladas, que se evaluaba según lo establecido, no entrañaba la culpabilidad de la orden. Aunque la defensa de la Orden fue efectuada deficientemente, no se pudo probar que ésta, como cuerpo, profesara doctrina herética alguna o que una regla secreta, distinta de la regla oficial, fuese practicada. En consecuencia, en el Concilio General de Vienne, en el Delfinado, el 16 de octubre de 1311, la mayoría fue favorable al mantenimiento de la Orden, pero el Papa, indeciso y hostigado por la corona de Francia principalmente, adoptó una solución salomónica: decretó la disolución, no la condenación, y no por sentencia penal, sino por un decreto apostólico (bula Vox clamantis del 22 de marzo de 1312).
El Papa reservó para su propio arbitrio la causa del Gran Maestre y de sus tres primeros dignatarios. Ellos habían confesado su culpabilidad y sólo quedaba reconciliarlos con la Iglesia una vez que hubiesen atestiguado su arrepentimiento con la solemnidad acostumbrada. Para darle más publicidad a esta solemnidad, delante de la Catedral Notre Dame de París fue erigida una plataforma para la lectura de la sentencia, pero en el momento supremo, Molay recuperó su coraje y proclamó la inocencia de los templarios y la falsedad de sus propias supuestas confesiones. En reparación por este deplorable instante de debilidad, se declaró dispuesto al sacrificio de su vida y fue arrestado inmediatamente como herético reincidente, junto a otro dignatario que eligió compartir su destino, y fue quemado junto a Geoffroy de Charnay atados a una estaca frente a las puertas de Notre Dame en l’Ille de France el día de la Candelaria (18 de marzo) de 1314.
En los otros países europeos, las acusaciones no fueron tan severas, y sus miembros fueron absueltos, pero, a raíz de la disolución de la Orden, los templarios fueron dispersados. Sus bienes fueron repartidos entre los diversos Estados y la Orden de los Hospitalarios: en la Península Ibérica pasaron a la corona de Aragón en el este peninsular, de Castilla en el centro y norte, de Portugal en el oeste y a la Orden de los Caballeros Hospitalarios, si bien tanto en un reino como en otro surgieron diversas órdenes militares que tomaron el relevo a la disuelta, como la Orden de los Frates de Cáceres o de Santiago, la Montesa (en Aragón), la Calatrava o la Álcantara, a las que se concedió la custodia de los bienes requisados. En Portugal el rey Dionisio les restituye en 1317 como “Militia Christi” o Caballeros de Cristo, asegurando así las pertenencias (por ejemplo, el Castillo de Tomar) de la orden en este país. En Polonia los Hospitalarios recibieron la totalidad de las posesiones de los Templarios.
Actualmente se encuentra en los archivos vaticanos el pergamino de Chinon, que contiene la absolución del papa Clemente V a los Templarios. Aun cuando este documento tiene una gran importancia histórica, pues demuestra la vacilación del Papa, nunca fue oficial y aparece fechado con anterioridad a las Bulas Vox in excelso, Ad providam y Considerantes, donde se procedió a la disolución de la Orden y la distribución de sus bienes. Así, según el texto de Vox in excelso: “Nos suprimimos (…) la Orden de los templarios, y su regla, hábito y nombre, mediante un decreto inviolable y perpetuo, y prohibimos enteramente Nos que nadie, en lo sucesivo, entre en la Orden o reciba o use su hábito o presuma de comportarse como un templario. Si alguien actuare en este sentido, incurre automáticamente en excomunión”. En concreto, el Manuscrito de Chinon está fechado en agosto de 1308. En esas mismas fechas (agosto de 1308), el Papa emite la Bula Facians Misericordiam, donde confirma la devolución de la jurisdicción a los inquisidores y emite el documento de acusación a los templarios, con 87 artículos de acusación. Asimismo, emite la bula Regnans in coelis, por la que convoca el Concilio de Vienne. Por tanto, estas dos bulas, que sí fueron promulgadas oficialmente, tienen validez desde el punto de vista canónico, mientras que el documento de Chinon es un mero “borrador” de gran importancia histórica, pero escasa importancia jurídica.
Processus contra Templarios
El jueves 25 de octubre de 2007, los responsables del Archivo Vaticano publicaron el documento Processus contra Templarios, que recopila el Pergamino de Chinon, o las actas de exculpación del Vaticano a la Orden del Templo, precisamente el año en que se conmemoraba el 700º aniversario del inicio de la persecución contra la Orden.
El acto tuvo lugar en la Sala Vecchia del Sínodo, en el Vaticano, con la asistencia de Raffaele Farina, archivista bibliotecario de la Santa Romana Chiesa; Sergio Pagano, prefecto del Archivo Secreto Vaticano; Bárbara Frale, descubridora del pergamino y oficial del archivo; Marco Maiorino, oficial del archivo; Franco Cardini, medievalista, y Valerio Massimo Manfredi, arqueólogo y escritor.
Los documentos que sirvieron al Tribunal papal para decidir la suerte de los templarios se encuentran en el Archivo Secreto del Vaticano, y se habían extraviado desde el siglo XVI, después de que un archivero los guardase en un lugar erróneo. En 2001, la investigadora italiana Bárbara Frale los encontró y su estudio mostró que el Papa Clemente V no quiso en principio condenar a los templarios, aunque finalmente, cediendo a las presiones francesas, terminaría haciéndolo.
El “Pergamino de Chinon”, uno de los documentos del volumen Processus contra Templarios presentado por el Vaticano, corrige la leyenda negra sobre la Orden y muestra la voluntad personal del papa Clemente V. A pesar de ello, y habida cuenta de que el “Pergamino de Chinon” es anterior a la fecha de las bulas papales de disolución de los templarios, en realidad aquel quedó como una expresión de la conciencia personal del Papa. En cambio, la postura oficial de la Iglesia es la de la disolución de la Orden. En efecto, el documento de Chinon data de agosto de 1308. Ese mismo mes de agosto de 1308, el Papa promulga la bula Facians Misericordiam, por la que se devolvió a los inquisidores su jurisdicción. En la segunda sesión del Concilio de Vienne, el 3 de abril de 1312, se aprueba la Bula Vox in Excelso, emitida por el propio Papa Clemente V el 22 de marzo de 1312, confirmada por la Bula Ad Providam de 2 de mayo de 1312. En ambas se declara la disolución definitiva de la Orden.
Processus contra Templarios establece que:
El Papa Clemente V no estuvo convencido de la culpabilidad de la Orden del Templo.
La Orden del Templo, su Gran Maestre Jacques de Molay y el resto de los templarios arrestados, muchos de ellos ajusticiados posteriormente, fueron absueltos por el Santo Padre.
La Orden nunca fue condenada, sino disuelta, fijando la pena de excomunión a quien quisiera reeditarla.
El Papa Clemente V no creyó en las acusaciones de herejía y por ello permitió a los templarios ajusticiados recibir los Sacramentos, a pesar de lo cual, fueron ajusticiados en la forma en que la jurisdicción canónica establecía para los herejes relapsos (aquellos que después de confesar, se echan atrás en sus confesiones).
Clemente V negó las acusaciones de traición, herejía y sodomía con las que el Rey de Francia acusó a los templarios, no obstante lo cual, convocó el Concilio de Vienne para confirmar dichas acusaciones.
El proceso y martirio de templarios fue un “sacrificio” para evitar un cisma en la Iglesia Católica, que no compartía en su gran parte las acusaciones del Rey de Francia, y muy especialmente de la Iglesia francesa.
Las acusaciones fueron falsas y las confesiones conseguidas bajo torturas.
A la vista de los documentos históricos cabe resumir que, aunque el Papa Clemente V intentara en su fuero interno evitar la condena a los templarios, su debilidad frente a Felipe IV de Francia hizo que continuara con el proceso de disolución de la Orden. Este proceso de disolución acaba en 1312. Recojamos en este punto lo que la bula Ad Providam, que no ha sido al día de hoy derogada, dice al respecto:
“… Hace poco, Nos, hemos suprimido definitivamente y perpetuamente la Orden de la Caballería del Templo de Jerusalén a causa de los abominables, incluso impronunciables, hechos de su Maestre, hermanos y otras personas de la Orden en todas partes del mundo… Con la aprobación del sacro concilio, Nos, abolimos la constitución de la Orden, su hábito y nombre, no sin amargura en el corazón. Nos, hicimos esto no mediante sentencia definitiva, pues esto sería ilegal en conformidad con las inquisiciones y procesos seguidos, sino mediante orden o provisión apostólica.”
Fragmento de la bula Ad Providam
pergamino-de-chinon
Pergamino de Chinon
El Pergamino de Chinon es un documento histórico, publicado por Étienne Baluze durante el siglo XVII, en la obra Vitae Paparum Avenionensis (“La Vida de los Papas de Avignon”). Este documento se volvió famoso recientemente por el descubrimiento de la Doctora Barbara Frale, de que el Papa Clemente V tuvo la intención de absolver al último Gran Maestre Jacques de Molay, y los demás líderes de los Caballeros Templarios, en 1308, de las acusaciones hechas por la Inquisición. El pergamino está datado en “Chinon, del diecisiete al veinte de agosto de 1308″ y el Vaticano posee una copia autentificada con la referencia número “Archivum Arcis Armarium D 218″, y el pergamino original con la referencia “D 217″.
Grandes maestres de la Orden
Hugo de Payens (1118-1136)
Robert de Craon (1136-1146)
Evrard des Barrès (1147-1151)
Bernard de Tremelay (1151-1153)
André de Montbard (1154-1156)
Bertrand de Blanchefort (1156-1169)
Philippe de Milly (1169-1171)
Eudes de Saint-Amand (1171-1179)
Arnaud de Torroja (1180-1184)
Gérard de Ridefort (1185-1189)
Robert de Sablé (1191-1193)
Gilbert Hérail (1193-1200)
Phillipe de Plaissis (1201-1208)
Guillaume de Chartres (1209-1219)
Pedro de Montaigú (1219-1230)
Armand de Périgord (1232-1244)
Richard de Bures (1245-1247)
Guillaume de Sonnac (1247-1250)
Renaud de Vichiers (1250-1256)
Thomas Bérard (1256-1273)
Guillaume de Beaujeu (1273-1291)
Thibaud Gaudin (1291-1292)
Jacques de Molay (1292-1314)
wikipedia.org
Los templarios y el grial. Jimenez del Oso.
EL SECRETO MORTAL DE LOS TEMPLARIOS
EL SECRETO MORTAL DE LOS TEMPLARIOS
El Santo Grial
El secreto de los templarios 
Documental de Henry Lincoln
Archivo Secreto Vaticano (en italiano Archivio Segreto Vaticano; en latín Archivum Secretum Apostolicum Vaticanum) es el archivo de la documentación de la Santa Sede. En estricto rigor, es el archivo privado del Romano Pontífice y está situado en la Ciudad del Vaticano.
Es uno de los centros de investigación histórica más importantes del mundo. Posee unos 150.000 documentos, más de 630 fondos de archivos distintos, una extensión de unos 65 km lineales de estanterías, que llegan a cubrir unos ochocientos años de historia.
Actualmente el acceso al archivo está permitido a investigadores e historiadores, previa acreditación y visto bueno del Vaticano, sin embargo, está restringido sólo a una pequeña parte del fondo documental. Una parte de estos archivos públicos, algunos muy significativos, están disponibles desde Internet.

Referencias a Jesús en escritores judíos y paganos de los siglos l y II: 1 Flavio Josefo. 2. Mara Bar Sarapion. 3. Tácito. 4. Plinio el Joven. 5. Suetonio. 6. Luciano de Samosata.
Referencias a Jesús en escritores judíos y paganos de los siglos I y II

Aunque pueda parecer sorprendente las referencias a Jesús en escritores antiguos no cristianos -paganos o judíos-son escasas y superficiales, de modo que las fuentes más importantes, y prácticamente únicas, para la historia de Jesús son los cuatro evangelios canónicos. Recientemente al lado de los evangelios canónicos han comenzado a utilizarse para reconstruir la historia de Jesús también los evangelios apócrifos, algunos de los cuales pueden proporcionar datos reveladores, aunque para ello hayan de ser previamente sometidos a crítica rigurosa.
Entre los escritores judíos antiguos únicamente el testimonio de Flavio Josefo es digno de tenerse en cuenta. Josefo ben Matatías (37-ca. 100 p. C.) judío de familia sacerdotal, general del ejército judío de Galilea en la revuelta contra Vespasiano, que le hizo prisionero y le perdonó la vida, se convirtió luego en apologeta de sus protectores los emperadores Flavios hasta el punto de adoptar de éstos el nombre de Flavio, que se añadió al suyo propio y por el que se le conoce. Se conservan cuatro obras suyas: Antigüedades Judías, La Guerra Judía, Autobiografía y Contra Apión.
Prescindo de la interpolación que se encuentra en la versión rusa -conocida como “eslava”- de la Guerra Judía (2,9,2) que consiste en un torpe resumen de algunos acontecimientos relatados en los evangelios canónicos y apócrifos. Existe consenso sobre la inautenticidad de esta interpolación. Sin embargo en sendos pasajes de su obra sobre las Antigüedades Judías se pueden encontrar dos noticias sobre Jesús, cuya autenticidad completa o parcial se discute. A este respecto conviene recordar que las obras de Josefo se transmitieron en ámbitos cristianos.
El pasaje más importante, por su extensión y contenido, y al tiempo aquel cuya autenticidad es más discutida, lo encontramos en Antigüedades 18,3,3, habitualmente conocido como Testimonio Flaviano. Las tomas de postura críticas sobre su autenticidad van desde el reconocimiento de la misma hasta quienes lo tienen por espurio. Probablemente la verdad se encuentre en la postura intermedia de quienes reconocen autenticidad a la mención por parte de Josefo sobre Jesús al tiempo que consideran que el tenor original salido de la mano de Josefo en algún momento temprano de la transmisión fue glosado por un escriba cristiano. Cito el testimonio completo y pongo entre paréntesis las palabras que probablemente son glosas cristianas. Puede notarse que una lectura omitiendo esas glosas nos proporciona un texto más coherente internamente que aquella que las conserva. Por otro lado es muy difícil de creer que un judío como Flavio Josefo haya escrito la parte del texto que va entre paréntesis: «Por esta época vivió Jesús, un hombre sabio, (si es que basta con llamarle hombre). Realizó obras extraordinarias, fue maestro de quienes recibían con agrado la verdad y atrajo a muchos judíos y también a muchos griegos. (Era el Cristo). Cuando, denunciado por nuestros notables, Pilato lo condenó a la cruz, los que al principio le habían amado no dejaron de hacerlo, (pues se les apareció al tercer día de nuevo vivo tal como habían vaticinado los profetas enviados por Dios, que habían anunciado otras mil maravillas sobre él). Todavía hoy no se ha secado el linaje de los que por su causa se denominan cristianos».
En Antigüedades 20,9,1 se halla la segunda mención que hace Josefo de Jesús, en el contexto de las medidas tomadas por el Sanedrín contra Santiago. La autenticidad de este pasaje parece cierta: “Pues bien, Anán, dado su carácter, como creyó disponer de una ocasión pintiparada por haber muerto Festo y encontrarse Albino todavía en camino, instituyó un consejo de jueces, y tras presentar ante él al hermano de Jesús el llamado Cristo, de nombre Santiago, y a algunos otros, presentó contra ellos la falsa acusación de que habían transgredido la Ley y, así los entregó a la plebe para que fueran lapidados”.
Por lo que toca a Misnah y los otros escritos rabínicos tempranos los escasísimos pasajes que pueden referirse a Jesús no está claro que lo hagan. Ahora bien, en el caso de que aludan realmente a Jesús es patente que no aportan ninguna noticia original sobre él, ni que pueda remontarse siquiera al s. 1. Son sólo noticias tardías (siglos IV-V), no independientes de los escritos canónicos o apócrifos cristianos y con frecuencia fruto de un interés polémico por parte del judaísmo contra los cristianos. Así lo piensan estudiosos como J. Maier, (Jesús von Nazaret in der talmudischen Überlieferung, Darmstadt 1978) o J. Z. Lauterbach quien sostiene que “ni una sola noticia de las que han llegado hasta nosotros en la literatura talmúdico-midrásica se puede considerar auténtica en el sentido de que tenga su origen en el tiempo de Jesús o siquiera en la primera mitad del s. 1 de la era cristiana” (cf. “Jesus in the Talmud” en Rabbinic Essays, Cincinnati, 1951, 473-570, p. 477).
El erudito judío J. Klausner aunque admite en algunos pocos pasajes rabínicos referencias genuinas a Jesús de Nazaret, sin embargo las considera de muy escaso valor histórico “dado que tienen más carácter de vituperio y polémica contra el fundador de una facción odiada que de información objetiva y de valor histórico” (Jesús of Nazareth. His Life, Times and Teaching, Nueva York 1925, p. 18-19). Klausner considera genuina la referencia de Sanedrín 43a donde se menciona a “Yeshú, que fue colgado en la víspera de la Pascua”, información correcta y coincidente con el evangelio de Juan, que se mezcla con una confusa noticia acerca de un heraldo buscando testigos para la defensa durante cuarenta días antes de la muerte de Jesús por lapidación sin que se lograra encontrar ninguno, lo que parece un rasgo legendario que busca legitimar la condena. En este mismo pasaje se interpretan los milagros de Jesús como actos de brujería. Según Klausner también tienen conexión con Jesús los textos sobre Ben Pantera. El nombre aparece en relación con la historia de una doncella judía que habría tenido relaciones ilícitas con un soldado romano llamado Pantera. Basándose en la refutación de Orígenes Contra Celso (1,32) quien relata haber oído contar esta historia a un judío, Klausner piensa que es posible que la anécdota circulase entre los judíos en el siglo II. Sin embargo, la mención tiene todos los visos de ser un relato polémico e irónico, al tiempo que amañado, sobre los relatos de la concepción virginal, algo que sugieren entre otros elementos el mismo nombre del soldado romano Panthera que bien pudiera ser una corrupción del término griego Párthenos (= virgen).
En resumen, podemos decir que resulta problemático que los textos judíos antiguos, aparte de Josefo, se refieran realmente a Jesús y, además, en caso de referirse a él, ni pueden remontarse al s. 1 ni nos suministrarían ninguna noticia no conocida por los evangelios. Constituyen sólo una tenue confirmación de su existencia, además de participar de un interés polémico contra la fe cristiana. Podemos concluir con las palabras con que J. P. Meier finaliza su investigación a este respecto (Un judío marginal, 1, p. 118): “las primitivas fuentes rabínicas no contienen ninguna referencia clara -ni siquiera probable- a Jesús de Nazaret. Más aún, soy de la opinión de que, cuando finalmente encontramos tales referencias en la literatura rabínica posterior, lo más plausible es que se trate de reacciones contra afirmaciones cristianas, orales o escritas. Por eso, aparte de Josefo, la literatura judía de la época del cristianismo primitivo no ofrece ninguna fuente independiente para la búsqueda del Jesús histórico”
La más antigua alusión no cristiana a Jesús se debe a Mara Bar Sarapion, un estoico sabio sirio, oriundo de Samosata, quien en una carta dirigida a su hijo, en la que le recomienda la sabiduría como el mejor tesoro parece aludir, sin nombrarlo, a Jesús. La carta, cuya datación se discute, parece escrita poco después del año 73 p. C. Presenta tres modelos de sabiduría, Sócrates, Pitágoras y probablemente Jesús, a quien no nombra: “¿de qué sirvió a los atenienses haber matado a Sócrates, crimen que pagaron con el hambre y la peste? ¿o de qué les sirvió a los samios quemar vivo a Pitágoras, cuando todo su país quedó cubierto de arena en un instante? ¿o a los judíos dar muerte a su sabio rey, si desde entonces se han visto despojados de su reino?”.
De los escritores paganos de los siglos 1 y II, es, sin duda, Tácito (ca. 56-120 p. C.) quien nos trasmite la noticia más importante sobre Jesús en fuentes paganas. En sus Anales (15,44) al narrar la historia de Nerón se refiere a los cristianos y explica su origen con las siguientes palabras: “Por tanto, para acallar el rumor, Nerón creó chivos expiatorios y sometió a las torturas más refinadas a aquellos que el vulgo llamaba cristianos, odiados por sus abominables crímenes. Su nombre proviene de Cristo, quien bajo el reinado de Tiberio, fue ejecutado por el procurador Poncio Pilato. Sofocada momentánea-mente, la nociva superstición se extendió de nuevo no sólo en Judea, la tierra que originó este mal, sino también en la ciudad de Roma, donde convergen y se cultivan fervientemente prácticas horrendas y vergonzosas de todas clases y de todas par-tes del mundo”.
Plinio el Joven en la carta que, como gobernador de Bitinia, dirigió al emperador Trajano sobre al año 111 pidiéndole consejo sobre cómo debía actuar en los procesos de cristianos (Cartas, X, 96) afirma que éstos “cantan un himno a Cristo como Dios”, dándonos así un testimonio explícito de la fe en la divinidad de Jesucristo.
Suetonio (ca. 120) al narrar la expulsión de los judíos de Roma por el emperador Claudio, episodio mencionado también en el libro de los Hechos 18,2, dice que “a los judíos que, instigados por Cristo, causaban constantes desórdenes, los expulsó de Roma” (Vidas, Claudio, 25,4).
Julio Africano (ca. 170-240) recoge la mención que un tal Talo, que parece ser un historiador romano o samaritano del s. 1 p. C., hace de las tinieblas que sobrevinieron a la muerte de Jesús explicándolas como un fenómeno natural: “En su tercer libro de historias, Talo llama a estas tinieblas un eclipse de sol. Contra la sana razón, a mi juicio”.
Luciano de Samosata (ca. 115-ca. 200) escribió un escrito irónico contra los cristianos titulado La muerte de Peregrino, un individuo que se hace cristiano y se convierte en un apóstol itinerante de la nueva religión aunque luego apostata. Luciano, que lo considera un embaucador, dice que los cristianos están de tal modo seducidos por él que lo veneran como a un dios “después, naturalmente, de ese otro al que adoran todavía: el hombre que fue crucificado (lit. “empalado’) en Palestina por introducir este nuevo culto en el mundo” (n. 11). Luciano continúa diciendo que los cristianos “adoran a ese mismo sofista crucificado y viven bajo sus leyes” (n. 13).
Así, pues, las noticias sobre Cristo e incluso sobre los cristianos que podemos encontrar en escritores paganos de los si-glos 1 y II son escasas. Lo que dicen sobre Jesús se reduce a mencionarlo como origen de un nuevo grupo religioso, al que en general ven de modo harto negativo, a recordar su ejecución por Poncio Pilato y a testimoniar la fe de los cristianos en su divinidad.
En resumen, ni entre los escritores judíos ni entre los paganos hallamos noticias que no nos sean conocidas por los evangelios canónicos. Ahora bien, sea desde una visión positiva como Josefo, negativa como Tácito, polémica como las referencias de la Misnáh, o irónica como la de Luciano de Samosata, las noticias no cristianas sobre Jesús confirman su existencia y su muerte violenta a manos de los judíos y/o de los romanos, así como la tradición cristiana sobre la actividad curativa de Jesús y su calidad de maestro o sabio. -> apócrifos.

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